Cuando peor lo he pasado yo ha sido cuando no sabía lo que me pasaba. Ese tiempo que transcurre entre que detectan que tienes algo que tiene toda la pinta de ser un cáncer y que diagnostican que tipo de cáncer es y le ponen nombre y apellidos, y por lo tanto, tratamiento.
Porque ese tiempo lo pasas enfrentándote a todos los cánceres que se te ocurren, y encima sin tener ningún tratamiento en el que poder confiar. Enfrentarse a un cáncer es agotador a nivel mental, pero enfrentarse a la incertidumbre de no saber que cáncer tienes es aún peor.
Por suerte, se puede hacer más llevadero. Para empezar, distrayéndote. Si estás todo el día rodeado de gente te va a costar sacar rato para comerte el coco. Y para la noche, o los ratos en los que no puedas estar distraído con otra gente, usar algún tipo de técnica de mindfulness (que básicamente es concentrar tu mente en algo). Centrar tu pensamiento en otra cosa cada vez que el cáncer venga a tu mente. Yo, pese a ser ateo, utilicé la figura de Dios, e imaginaba que no solo existía sino que estaba interesadísimo en que yo me curase (“Dios existe y me quiere” es lo que me repetía yo una y otra vez). Puedes usar un elefante rosa bailando si lo prefieres, pero hazte un lema y una imagen mental fuerte que te permita centrar tu mente en algo que no sea la incertidumbre y repítelos en tu cabeza una y otra vez hasta que no haya nada más en ella. “El elefante rosa bailarín anticáncer existe y quiere salvarme” podría ser tu lema, por ejemplo. Eso te permitirá esperar a tu diagnóstico sin perder la cordura por el camino.